En el gremio de escritoras “hay una camaradería que es muy gozosa. Cada día surgen nuevas autoras y no hay razón para darse de codazos. Unidas logramos más. Y además la literatura es una labor solitaria, pero que tiende puentes”, opina la autora Yael Weiss, que acaba de publicar el libro de cuentos Hematoma.
Cuatro autoras noveles. Cuatro voces. Cuatro apuestas literarias. Escriben cuento, novela, crónica y ensayo, pero también dramaturgia y poesía. La calidad de sus obras, además de sus propuestas estéticas, han llamado la atención de los críticos, que han celebrado sus libros. Te presentamos la primera entrega de “La voz de las escritoras”.
Ciudad de México, 7 de marzo (SinEmbargo).-Cuatro autoras noveles. Cuatro voces. Cuatro apuestas literarias. Escriben cuento, novela, crónica y ensayo, pero también dramaturgia y poesía. La calidad de sus obras, además de sus propuestas estéticas, han llamado la atención de los críticos, reseñistas y otros escritores, que han celebrado sus libros.
Coinciden en que el canon literario ha invisibilizado a las mujeres. También en que el calificativo “mujeres escritoras” es inoperante: les incomoda que se haga una distinción innecesaria, que demerita su labor. En su caso, en su vida profesional, ninguna ha padecido episodios de discriminación de género por su labor literaria. Y lo viven como un privilegio, si se considera que en México 6 de cada 10 mujeres han sido discriminadas en el país.
¿Cómo viven este momento? ¿Cuáles son sus obsesiones? ¿Cómo fue el proceso de escritura de cada uno de sus libros? Nos acercamos a ellas a preguntárselos. Esta es su voz. Escuchémoslas.
LA CUENTISTA POETA
Yael Weiss (Ciudad de México, 1977) confiesa que la suerte juega un papel importante en el éxito de un libro. “Por mi trabajo como editora, sé que el éxito de un libro es también cuestión de suerte. Hay libros malísimos con un éxito brutal y buenos libros que nadie lee”, dice Yael en entrevista.
En el caso de Hematoma (Elefanta, 2019), su primer libro de cuentos, la suerte empezó incluso antes de publicarlo, cuando su editor se puso en contacto con ella. El 9 de agosto de 2018, Yael publicó en su muro de Facebook:
«Los fantasmas sí existen. Los de las hormigas, al menos. Ayer, después de protagonizar una matanza masiva —y traumática— en mi cocina, pasé la noche sintiendo que un par de hormigas sobrevivientes recorrían con sus patitas mi nuca, o mis brazos, o mis piernas, o mi espalda, que estaban por todas partes. Por más que encendí la luz, no encontré ninguna; por más que me cambié de piyama, no dejé de sentirlas. Las hormigas forman escuadrones de fantasmas vengativos».
Tras ello, Emiliano Becerril Silva, editor de Elefanta, con quien había coincidido en algunos eventos, le envío un mensaje de WhatsApp.
–Oye, ¿qué chistoso lo que escribiste sobre las hormigas?, ¿no quisieras publicar algo?
–¡Sí! Justo estoy terminando unos cuentos, ¿quieres leerlos?
–¡Va! Échamelos.
Yael le envío su libro y Emiliano le respondió: “¡Me interesa publicarlo!”. Esa es la historia detrás de la publicación de Hematoma, uno de los libros más celebrados de 2019.
De las hormigas a los hematomas; de un post en Facebook a un libro impreso.
Los caminos de la escritura son insospechados.
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Hematoma reúne un conjunto de diez relatos en los que un grupo de personajes, entre la cordura y la razón, solitarios, alienados, actúan bajo su propia lógica: en “Tiempo compartido” –por ejemplo–, un hombre, divorciado, que pasa los fines de semana con sus hijas, regresa a casa tras una tormenta que echa a perder sus planes para descubrir que su hogar es habitado, en su ausencia, por un inquilino sui géneris: nada invasivo, imperceptible, silencioso. El personaje principal, solitario, se deja arrastrar por esa circunstancia y le permite al inquilino ocupar su hogar.
O “Hematoma”, cuento que le da título al libro, en el que una mujer agredida conoce a una médico forense que colecciona, obsesivamente, fotografías de los moretones, fascinada por las formas y colores que produce la ruptura de pequeños vasos sanguíneos, o capilares, debajo de la piel.
La nota disonante se encuentra en el cuento “Ju”, un guiño al género distópico en el que una mujer le escribe una carta a su amiga muerta, en la que le cuenta los pormenores de la Tercera Guerra Mundial. Yael imagina los detalles de la barbarie: a la manera de los hornos de Hitler, en esta guerra ficticia, los chinos y los gringos enterraban a personas vivas en sótanos subterráneos que sellaban con cemento, con una crueldad inenarrable.
Y escribe: «Espero que haya un cielo y que se consuelen allá, porque aquí abajo no hay quién aguante tanta muerte».
Yael sostiene que no escribió sus relatos con un tema preciso en mente, sino pensando en personajes o situaciones que le inquietaban. “Mis personajes entran a una realidad paralela y ya no comunican la extrañeza que están viviendo. Eso me inquieta porque me aterra la idea de pasar por algo así”.
El libro está permeado por un ambiente de extrañeza. «Aquí se sostiene –se lee en la cuarta de forros– como en ningún otro sitio la siguiente máxima: vistos de cerca todos somos extravagantes».
Hematoma es, también, producto de varios golpes al viento, de intentos fallidos, hasta que llegó el anhelado knock out.
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Algunos de los cuentos de Hematoma, en etapa inicial, como un moretón que transita del color rosado al azul, fueron publicados en un blog. Eso ocurrió hace seis años, cuando Yael colgó los cuentos en una página, con el fin de atrapar a lectores cautivos. En aquel entonces, Yael trabajaba en el Fondo de Cultura Económica (FCE) con Tomás Granados Salinas. “Tomás tuvo el detalle de imprimir mis cuentos, corregirlos y darme su opinión. Eso me impulsó a seguir escribiendo”.
Luego, más tarde, trabajó dos cuentos en el taller literario de Martín Solares, de quien dice: “Martín es un editor y tallerista generoso, que tiene las tablas suficientes para empujarte a publicar. No es autor celoso que quiere guardar el pedestal para él”.
Los textos restantes se gestaron al tallerearlos con Elvira Liceaga, quien la impulsó a publicar su obra. “Nos juntábamos una vez cada 15 días y discutíamos nuestros textos”. Con el volumen terminado, en galeras, Yael tuvo un momento de inseguridad. Estuvo a punto de detener las prensas. Entonces le contó sus angustias a la escritora Guadalupe Nettel, con quien trabaja en la Revista de la Universidad de México, quien le dijo: “Dámelo y yo te digo si vale o no la pena que publiques”. Nettel leyó Hematoma y le gustó mucho, incluso uno de los textos le recordó su cuento “Ptosis”, incluido en el volumen El matrimonio de los peces rojos (Páginas de espuma, 2013).
“Guadalupe es mi gran cómplice y amiga. Sin su opinión, quizá, nunca me habría animado a publicar. En los momentos de mayor inseguridad, me animó, me motivó”, cuenta Yael.
–Siendo editora, ¿cómo fue la labor de reescritura?
–Soy una escritora que reescribe mucho. Sigo un consejo de mis maestros: volver a escribir desde cero. Cuando termino un cuento, lo imprimo, lo pongo junto a mi computadora y lo reescribo desde la primera línea, de nuevo. Siento que, de esa forma, escribo con otro tono, con otro aliento, porque vuelves a escribir palabra por palabra. Las correcciones sobre un mismo documento no permiten que aparezca un mismo tono, sino que se entremezclan varios. A mí me permite agarrar un tono y una misma pátina. Es como trabajar con arcillas nuevas y darles la forma, en vez de trabajar con una sola arcilla, a la que vas deformando.
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Yael “escribió” su primer poema antes, incluso, de aprender a escribir. Cuenta que a los cuatro años le dictó su primer poema a su abuela, otra poeta que autopublicaba sus poemarios.
En quinto año de primaria, Yael se inscribió a un concurso de poesía. Años después, tras graduarse como Maestra en Letras Modernas por la Universidad Paris–IV–Soborne, publicó en París el poemario Cahier de violence (Édition Et what, 2009). Y luego vino un largo silencio: abandonó la escritura. Se volvió deportista, luego rebelde, después lidió durante 10 años con el alcoholismo.
Más tarde, a su regresó a México, se ganó la beca Jóvenes Creadores del FONCA, en el área de novela.“Escribí la novela, luego la trabajé durante dos años, la inscribí en dos concursos y luego la tiré a la basura”. Yael sostiene que nunca estuvo conforme con el resultado final.
Después escribió otro libro La vida de los cadáveres, en donde exploraba lo que ocurría con un cuerpo desde el momento de la muerte hasta que se convierte en polvo. “Pero también lo deseché”, confiesa.
–¿Qué tan complejo, emocionalmente, fue desechar esas dos obras?
–No fue difícil para nada. No me molesta tirar novelas o libros de cuentos a la basura. Tengo ciertas apegos por algunas cosas materiales, u objetos con valor sentimental, pero no por los productos de la imaginación.
–¿Qué piensas de que las mujeres, en la historia de la literatura, han sido invisibilidas por el canon?
–Vincularia mi opinión a un trabajo que hice. Cuando vivía en Francia y terminaba mis estudios, me contrataron para hacer una antología de poetas francófonas: Constelación de poetas francófonas de cinco continentes, Diez siglos (Espejo del viento–UNA,, 2010).
En el trabajo de investigación, que reúne a 250 poetas, descubrí que había una invisibilización de estas mujeres, además de obstáculos para realizarse como escritoras. Hay dos tipos de ocultamiento: uno por el canon, que invisibiliza a las mujeres que escribieron, y otro es intrínseco a la desigualdad de género, a la falta de oportunidades.
–Como autora, ¿te has enfrentado a obstáculos, en tu carrera, por el hecho de ser mujer?
–En mi vida profesional, no me he enfrentado a trabas u obstáculos. En mi vida personal, sí. Recuerdo una discusión en tuiter, en la que me calificaban como “mujer escritora”. Y por primera vez me ofendió un poco. Venirme enterando en una red social que soy una “mujer escritora”, fue incómodo. Es raro decir: “Hoy conocí a un hombre escritor”. ¿O no?
–¿Existe camaradería entre las autoras mexicanas?
–Sí, por supuesto. Hay una camaradería que es muy gozosa y que espero que dure mucho. Somos un grupo, las mujeres, históricamente marginado e invisibilizado de la literatura, que conforma un frente común.
Hay un movimiento ascendente. Cada día surgen nuevas autoras y no hay razón para darse de codazos. Espero que las escritoras sepamos conversar ese ánimo: se puede conservar la solidaridad entre autoras si somos lo suficientemente empáticas. Unidas logramos más.
Y además la literatura es una labor solitaria, pero que tiende puentes, entre autores, entre libros, lo cual es muy enriquecedor.